Los 7 pecados capitales

Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza (punto 1866 del Catecismo). Este listado me gusta porque veo que encaja perfectamente con el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo. Son siete tentaciones que fácilmente te pueden llevar a hacer daño a los demás, y su principal peligro está en que las siete consisten en una exageración de alguna virtud. En esto recuerda al agua, el oxígeno o las vitaminas, que se convierten en veneno cuando se ingieren en exceso (Paracelso (s. XVI) defendía que todas las sustancias son tóxicas cuando se supera cierta dosis)


Empecemos con el ejemplo que considero más sencillo: la pereza. Descansares necesario. Si no dormimos ni descansamos lo suficiente, fallaremos en nuestro objetivo de ayudar al máximo a quienes nos necesitan. Caeremos enfermos o perderemos la concentración. Aunque parezca que descansar es perder el tiempo, es imprescindible hacerlo si queremos realmente ser productivos. Tras seis días de creación (el número seis representa la imperfección en la Biblia) la perfección (simbolizada por el 7) se alcanzó tras un séptimo día de descanso para Dios. El problema está en distinguir a partir de qué momento el legítimo derecho al descanso se convierte en pereza, es decir, en desaprovechamiento del tiempo y por tanto en daño y dejadez hacia nuestro prójimo. Veremos que en los siete pecados capitales se da esta característica, este límite que no podrá ser legislado en ningún catecismo porque depende de circunstancias muy personales.


Pensemos en la ira. Consiste en que nos enfadamos hasta el punto de perder la cabeza y hacer  daño a los demás. La ira, el enfado, el deseo de venganza nos ciega a veces y no somos ya dueños de nuestros actos. También en este caso todo consiste en una "virtud" o sentimiento legítimo, pero que llevado a la exageración, superando cierto límite poco claro, se convierte en maldad. El deseo de enseñar al que no sabe, al culpable de un problema, es algo bueno. Y es bueno ser expresivo, intentar ser lo más convincente posible. Parece ser incluso que a veces es bueno dar un escarmiento, un susto o un gesto brusco al que reincide haciendo las cosas mal, porque es la única manera de que entre en razón. Por tanto, se le hace daño, pero "es por su bien". Poco a poco, el deseo didáctico se va convirtiendo en deseo de venganza que ya no hace bien a nadie. ¿Cuándo se supera ese límite?


La envidiaes la exageración del sano sentimiento de competitividad, necesaria para el crecimiento personal. Si entré a la universidad y estudié una complicada carrera fue porque miré con envidia a otros amigos que ya lo habían hecho. Quería ser como ellos, llegar a tener un buen trabajo, etc. Ves a quien ha llegado más lejos en la vida y dices "Voy a intentar superarlos". Gracias a ese sentimiento de competitividad el mundo avanza. ¿En qué momento el deseo de superar a los demás deja de ser un deseo de mejorar para convertirse en un deseo de que los demás empeoren?


El sentido del ahorroes imprescindible si se quieren emprender grandes empresas (con la intención de ayudar al prójimo, por ejemplo). El invertir en uno mismo es conveniente y si, por ejemplo, estudio una carrera y lucho por un buen trabajo podré ayudar más que si me conformo con los estudios mínimos. ¿En qué momento este sentimiento saludable de querer llegar alto para desde arriba poder ayudar más se convierte en avaricia? ¿Cuándo deja de beneficiar al prójimo lo que acumulamos para nosotros?


Si no comes los suficiente, te debilitas, enfermas y en consecuencia no puedes ayudar al prójimo tanto como si estuvieras bien alimentado. Amar a Dios y al prójimo implica querer entregarse al 100%, y para ello es imprescindible una alimentación abundante. Por tanto, comer bien no puede ser pecado. Ahora bien, hay cierto límite que sólo uno conoce (sin que pueda ser fijado con claridad desde fuera) a partir del cual el exceso de comida ya no beneficia sino que perjudica. La gula también se puede ver como una virtud que ha superado cierto límite.


Con la soberbia se ve aún más claro todo esto: las consultas de los psicólogos están llenas de acomplejados que no tienen suficiente autoestima. Sufren mucho por no tener suficiente amor propio. Hay que quererse más (Dios dijo "amar al projimo como a uno mismo", y ello implica amarse también a uno mismo). ¿A partir de qué momento esa sana intención se convierte en algo perjudicial para los demás? En los siete pecados capitales nos encontramos con la misma pregunta acerca del límite borroso entre la virtud y el defecto.


Y llegamos al tema delicado, conflictivo. La lujuria no sería un pecado capital si no tuviera también borroso ese límite entre el placer sexual saludable y el que hace daño a nuestro prójimo. La Iglesia tradicionalmente ha visto la respuesta así de fácil: todo placer sexual es malo (salvo el mínimo indispensable para la procreación). Por tanto, la lujuria es el único pecado capital que no es saludable en pequeñas dosis, tal como hemos visto en el repaso anterior.

La lujuria, el desenfreno sexual, es algo peligrosísimo porque nos empuja a romper familias, a dejar de lado ocupaciones importantes, a cometer asesinatos por celos o por despecho, a dejar embarazada a la chica sin asumir luego la responsabilidad correspondiente, etc. Y se llega a estos extremos casi sin darse uno cuenta, "cegado" por la pasión. Por eso hay que tener la lujuria bajo control. Creer que en sexo todo vale conduce siempre a acabar haciendo daño a los demás. Pero de la misma manera que la pereza no se vence dejando de dormir ni dejando de disfrutar cuando se descansa, la solución al desenfreno sexual dañino no tendría por qué limitarse a la abstinencia sexual total. Como en todos los pecados capitales, debe haber un límite por debajo del cual se disfruta sin hacer daño a los demás. Y ese límite debe estar borroso.

La fornicación (hacer el amor antes de casarse):

La fornicación tradicionalmente ha sido muy dañina para las mujeres. Era lo común para los varones "cegarse" por la lujuria, hacer el amor prometiendo de todo y luego descubrir, ya con la cabeza fría, que se había dejado embarazada a la chica con la que uno no tenía ninguna intención de casarse. Eso es hacer daño (y muy grande) al prójimo. Basta que haya una probabilidad entre 10000 de dejar embarazada a la chica, y lo sensato si amamos al prójimo será abstenerse del coito.

Otro daño grande: tradicionalmente la chica espera un futuro y un compromiso por parte del chico. El chico que la toma sexualmente y luego se desentiende, habiéndole quitado la inocencia y habiendo abusado de su confianza, está haciendo un daño psicológico tremendo. Amar al prójimo como a uno mismo implica no engañar mostrando un amor que no se va a mantener con el paso del tiempo.

Por estos dos motivos, la solución tradicional siempre ha sido "Fornicación no". Porque la fornicación siempre ha implicado riesgo de embarazo y porque implica un grado de unión que conducirá a trastornos afectivos cuando llegue el desamor o la separación (basta con leer cualquier consultorio sentimental de revista (¡buf! ¡parece que el amor de pareja alocado trae más disgustos que placeres!)).

¿El que San Pablo pidiera en sus cartas a las primeras comunidades cristianas que se abstuvieran de la fornicación está basado en estos motivos?

¿Es posible que un acto de unión íntima pueda en alguna ocasión contribuir a unir más a dos novios, mejorando por tanto su relación, y ser por tanto beneficiosa?

¿Es posible un acto de unión íntima en el que no haya ni riesgo de embarazo no deseado ni riesgo de desengaños ni daño para terceras personas? Parece difícil, pero no digo que no sea posible.

¿Puede ser saludable un acto de amor dentro del matrimonio sin estar dirigido a la procreación? Yo estoy convencido de que sí; aunque la tradición católica dice que no; el Catecismo dice lo siguiente referido al matrimonio:

El punto 2370 del Catecismo dice "La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos (cf HV 16) son conformes a los criterios objetivos de la moralidad."


El punto 2362 dice: (...) El Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación (Pío XII, discurso 29 Octubre 1951).

2363    Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de la pareja ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.

Yo veo algo de contradicción entre el 2363 (en línea con la postura tradicional de la Iglesia) y el 2370 reproducido más arriba. La continencia periódica (o sea, hacer el amor sólo en los días no fértiles) no puede tener otra finalidad que lograr el placer o bienestar sexual sin peligro de embarazo, luego iría en contra de lo de 2363.

El problema de la fornicación lo soluciona el Catecismo (punto 1755) de forma tajante:  "La fornicación siempre está mal, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral". La verdad es que no siempre me convencen las explicaciones del Catecismo. A veces desearía que justificaran sus prohibiciones haciendolo encajar todo en el mensaje de caridad de Jesucristo, y sin embargo creo entender que dicen "porque sí, y punto".

Mi postura, en resumen, sería:

    buscar siempre el máximo de amor a Dios y al prójimo en cada uno de nuestros actos.

    examinar con prudencia si existe la posibilidad de dañar al prójimo o a nosotros con cada uno de estos actos en los que no parecen encajar el magisterio católico con el deseo de amor. Ese examen es el que un católico emplea en todo lo que decida en la vida. Incluso un asesinato (siempre ilícito sean cuales sean las circunstancias según el p. 1756) podría justificarse si se realiza en defensa propia (punto 2264)


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